Decía el gran director de orquesta sinfónica Leonard Bernstein que, aunque apreciaba los elogios a su ya legendaria capacidad para interpretar y dar vida a las obras de los grandes compositores, eran estos últimos quienes merecen la ovación que él y la orquesta acogían con beneplácito. En la música, suele suceder que el compositor de una obra no sea el mejor o el más indicado para ejecutarla, sino que existen intérpretes con un cúmulo de años de estudio y formación para analizar una composición, ubicarla en el contexto histórico que le corresponde, delinear su trayectoria al futuro y lograr que se ejecute con justa y absoluta precisión.
En las artes visuales, algo similar sucede en la arquitectura y la escultura. Un escultor, por ejemplo, realiza un modelo que puede ser llevado a término en bronce o mármol, por asistentes y empresas dedicadas a estas tareas. En la pintura, se espera que un maestro artista realice toda o la mayor parte de su creación.
La mímesis es la recreación de algo observado previamente. Qué sucede cuando, en las llamadas artes de imitación, un artista reproduce, en un medio distinto, una obra de arte ya existente?
Este es el caso de mi dibujo de un segmento de la escultura en piedra caliza de Akhenaten, faraón de la decimoctava dinastía que, entre otras cosas, revolucionó el estilo de arte del antiguo Egipto, aunque brevemente. El motivo inicial para llevar a cabo este dibujo, fue reproducir, en grafito y tiza de carbón, la textura de la piedra caliza con la que fue tallada la estatua original. Añado además, que me valí de una fotografía, aunque lejos de imitar una foto, la utilicé de referencia para mi objetivo final de hacer una representación fidedigna de la escultura, por lo que tanto el fotógrafo como el dibujante coinciden en sus propósitos.
De modo que mi pieza, que consiste en la imitación mediante el dibujo de las formas de la estatua de Akhenaten y el efecto de la luz sobre su superficie caliza, según la obra de arte fotográfica, no pretende ser una obra de arte original, en su composición, sino una interpretación a lápiz y carbón sobre papel de una obra de arte original de hace tres milenios. Mi único mérito es ser un poco Bernstein, e interpretar, según lo permita mi talento y el desarrollo de mis destrezas técnicas y conocimiento del arte y cultura del Antiguo Egipto, la composición en piedra de un gran escultor. No quise, por ende, añadir elemento idiomático alguno de mi manera de dibujar y alterar “estilísticamente” la obra original. Otro dibujante, igualmente competente, puede hacer el mismo dibujo.
No obstante, una recreación bien elaborada, tras muchas horas de esfuerzo, resulta en una actividad intelectualmente placentera. Produce asombro, tanto para el artista como para el espectador, el que un conjunto de manchas realizadas meticulosamente bajo un control estricto de observación y repetición, pueda crear la ilusión de vida y presencia. El espectador disfruta de reconocer lo representado, si este le resulta familiar y estimula su imaginación a revivir memorias de sus experiencias. Invita al placer intelectual de analizar y faculta al observador de ser juez de la calidad y autenticidad de una imitación que acrecienta el valor del original copiado. Esta simpatía entre original y copia genera el elogio y agradecimiento a quienes comprendemos que, a veces, soltar el ego y ser vehículo para que algo más importante pueda ser aún más admirado, nos hace mejores artistas y seres humanos.